Dicen que empecé a hablar muy pronto y hubo un tiempo en que la palabra bastaba.
Me recuerdo de niña desparramando aquellos lápices de colores que luego organizaba primorosamente en su caja metálica, en escala ascendente, del más clarito al más oscuro. Ordenaba el mundo entero en esa caja de colores. Dibujaba caballos y rostros. Sólo eso. Por algún motivo aquello era importante para mí. Creo que anhelaba atesorar belleza. Pero la belleza es escurridiza y no te necesita. La belleza es, tanto más, cuando imperfecta y no perseguida. Al dejar de buscarla empecé a reconocerla.
Para serte sincera nunca me ha interesado excesivamente lo real. Creo que sin darme cuenta me instalé a un prudencial palmo del suelo y acaricié lo intangible hasta colocarlo en el centro.
Venero la abstracción en todas sus manifestaciones y amante de la palabra como soy, fui coleccionando algunas durante los años transcurridos en la facultad de Filosofía y Letras. Recurrí a ellas tiempo después, tras mis estudios de pintura de creación en la Escuela Massana de Barcelona y de doctorado en la facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona.
Cada palabra es una decisión, como pueda serlo cada mirada. Y allí estaban: potencia, posibilidad, tránsito, invisible, incierto, infinito, ilusión, vacío, frecuencia, aliento, pulsión, sincronía, templo… Mis puentes levadizos.
Soy artista porque era más fácil serlo que renunciar a ello y convivir con la pulsión no manifiesta de crear intensamente. Pero en el trayecto, he tenido la oportunidad de acercarme a otras áreas de conocimiento para descubrir cuánto en común comparten con el arte.
Qué fascinante sería poder sentar en la misma mesa a Hipatia, Leonardo da Vinci, Turner, Rodin, Gibran, Carmen Martín Gaite, José Antonio Marina, Georgia O’Keeffe, Chris Martin, Albert Gonzalo, Jorge Wagensberg y a mi abuelo Luís, armado con su violín y su poesía…
Esculpo en óleo sobre tela y del mismo modo que escribo: de arriba abajo, de izquierda a derecha; pinto “En suspensión”, una poética de lo incierto, buscando el aliento del vacío en un encaje de piezas sin fin. En ese tránsito de lo potencial a lo manifiesto, paradigma de infinitas posibilidades, y refugiada en el quizás, desdibujo mis propias convicciones.
Me gusta pensar que en el limbo de lo que es sin ser todavía, lo invisible se nos desvela entre susurros y que en ese lugar se encuentra lo que es y permanece más allá de la realidad. la frecuencia fundamental que todo lo une.
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